Esta secciòn es para aquellas grandes escritores, aquì encontraras alguna historia de alguno de ellos.

Esta vez tendrè que homenajear a un escritor grande de mi tierra, de mi pueblo, ese gran artista que en paz descansa se llama.
ANTONIO PARODI PARODI y una de sus dignas y magnificas obras, llamada:
DIALOGO CON EL DEMONIO
Las pisadas del moreno de cabellos enroscados, marcaban un ritmo lerdo sobre el pavimento. Orillaba la calle, soportando el tórrido sol de esa mañana en “ Verdora ”. Su vista atraída como por imán se disparo sobre el hombre de vestido blanco que a la sombra de un árbol lo observaba fijamente. Entonces, cabizbajo, se dirigió hacia donde este, Ahora su andar era sumiso y resignado.
El tipo de blanco implacable, durante el ligero saludo, busco la huidiza mirada del Moreno, y enseguida, dijo:
- Clemente, te estoy buscando desde ayer. – Salí desde temprano. Buscaba esa plata – Respondió el moreno - ¿La conseguiste? – pregunto ansioso el de blanco. – no ha podido conseguirla, Jerónimo – respondió, frunciendo sus arrugas, el moreno – Clemente, no puedo esperar mas – advirtió Jerónimo, dando una ojeada a su flamante reloj – pulsera – Tengo esa plata comprometida. – todavía no he terminado de buscar – explico con afán Clemente - Pórtate bien conmigo. Estoy “jodido” – Seguía insistiendo.
- no puedo perder esa plata, así como tu no querrás perder tu casa. Me están comprando la letra – Termino advirtiendo algo molesto, Jerónimo. – No es mucho lo que vas a esperar – logro interponer, Clemente, frunciendo las arrugas de la frente – De hoy a mañana “levanto” esa plata. –
- precisamente, ahí viene el que me quiere comprar la letra – Dijo el de blanco, señalando con su ensortijada mano, hacia una “cuatro-puertas” verde que en esos momentos, apareció en la boca-calle.
- No me hagas eso – suplicaba Clemente – el Gordo Jacobo anda tras mi casa. La quiere casi regalada. – Tu veras, clemente – Puntualizo Jerónimo, antes de caminar hacia el automotor que en ese instante, se orillaba cerca.
El Moreno, llego hasta el carro en su afán de aplacar las intenciones del hombre de blanco; pero este, sin contratiempos, ocupo el puesto al lado del Gordo desgreñado, sentado al volante. – Señor Jacobo; escuche: Jerónimo cree que no le voy a pagar – trato de explicar el Negro, al Gordo del volante. – lo siento Clemente; no tengo vela en este entierro. Eso es entre tu y Jerónimo Respondió cortante el Gordo antes de aplicar el acelerador y alejarse.
Sus meditabundos pasos encontraron al final de la cuadra, el desperdicio trafico de una sombreada calle comercial. En su lento deambular, Clemente, cambiaba saludo con algunos parroquianos. Instintivamente pasaba la vista sobre los ventorrillos cobijados a la Enorme sombra de los laureles de la india. E movimiento de esa calle, parecía contagiar a “ Verdora “ de cierto aire citadino. De pronto, arribo mas a la acera y entro a un edificio de dos plantas forrado con amplias vidrieras, atravesó el salón ocupado por algunas mecanógrafas, sin fijarse casi, en la fila formada delante de la ventanilla atendida por una muchacha. Subió la escalera ingeniosamente dispuesta en un rincón, y paso desapercibido entre los ocupados empleados de la segunda planta.
- a sus ordenes – Le severa voz lo sorprendió cuando ya, agarraba la perilla de la puerta que se cerraba al fondo. – quiero hablar con el señor Gerente – Respondió sorprendido. – de parte de quien? – insistió el joven empleado desde su escritorio – De Clemente Martines. – Entonces puede pasar se apresuro a decir antes de agregar: El señor Gerente esta interesado en charlar con usted, señor Martínez. Clemente asintió con leve gesto y entro. El hombre blanco tras el imponente escritorio, suspendió actividades en cuanto lo vio traspasar al umbral.
A través de la amplia vidriera de la confortable oficina, se denominaba gran parte de la calle. El Moreno sintió el frió del aire acondicionado calarle hasta los huesos cuando el Gerente le señalo una silla. – Desde hace días quería verlo – Manifestó el gerente acomodándose en su abullonado sillón - ¿Qué milagro lo trae? – yo, venia a conversar con usted – Respondió algo balbuceante el Negro – haber si era posible un préstamo personal. – No podemos señor Martínez. Al contrario; vamos hacer efectiva su hipoteca.
Su obligación esta vencida, - “Écheme la esperadita”, Doctor. – Eso, ya, esta en manos de abogado. No puedo hacer nada – mi casa es lo único que tengo – Suplicaba el Negro – los tiempos han sido malos y los precios de las cosechas, peores. Yo… - No tenemos culpa de eso – Interrumpió el Gerente. Clemente quiso insistir, pero algo vio a través de la ventana, abajo en la calle que lo obligo a despedirse inesperadamente y salir apresurado. Cuatro zancadas fueron suficientes para atravesar la calle, elidiendo vehículos a diestra y siniestra, con inocultable afán camino por la acera sobrepasando varios transeúntes. - ¡Ledo! ¡Señor Ledo! – Llamo a alguien delante de el. Un viejo obeso de sombrero blanco, se dio por aludido y detuvo su marcha. Expectante el gordo, correspondió el saludo del agitado Moreno y se dispuso a escucharlo. – Recuerda el dinero que me presto y le cancele con sus intereses? – Si ¿Por qué? – Necesito otro préstamo. – No tengo plata – Respondió el Viejo Gordo con cierta afección picaresca en los ojos – toda la tengo en la calle – Le pago el veinte por ciento de intereses – No tengo. Puntualizo el Viejo.
Clemente, algo desanimado, salio de la frecuentada calle, camino ahora, por una vía menos concurrida. Al final de la cuadra, evito sumarse a un corrillo del cual participaban algunos conocidos suyos. En cambio, mas adelante, llego a una bien cuidada casa – Quinta. - ¿El señor Tino? – Si, adelante – dijo la muchacha franqueando la entrada. El calvo, sentado a la mesa del comedor, levanto el rostro del papel que escudriñaba, para mirar a través de sus lentes al recién llegado. Este, enseguida, noto tras los vidrios unos ojos desprevenidos y dulzones, enclavados en un rostro receptivo y atento a sus suplicas. Tal vez, debido a eso, Clemente le expuso en detalles su situación; a lo cual, Tino, asentía frecuentemente en actitud paternalista. Al final del recuento, reposadamente, se quito los lentes, reflexiono un momento y al cabo del cual, manifestó: - No, No me interesa – Dijo, y con la misma tranquilidad se intereso en los papeles sobre la mesa.
Luego, Clemente, cabizbajo, caminaba soportando el incandescente sol de “ Verdora “ . El sudor parecía correr por los surcos de su cara, irrigando cejas y bigotes. Sus grandes manos, buscaron un pañuelo en los bolsillos traseros; pero al fin, utilizo la manga de la camisa para secarse el rostro. El ruido de un motor tras de si, le obligo a orillarse. Enseguida, sintió el rugiente calor de un tractor a su costado. – Señor Clemente – Dijo el grasiento maquinista, cuando el ruido del motor atenuaba – andaba buscándolo, El señor Sebastián me envía para que le mande la plata de la arada que le debe. – No puedo. Hoy mismo no puedo. Dígale que de mañana a pasado, hablare con el. – Dice el señor Sebastián que usted se comprometió a pagar esa arada después de recolectar la cosecha, y desde eso, ya han transcurrido tres meses. – Así es. El sabe más que nadie que las cosas han ido de mal en peor. Dígale eso. La maquina todavía no desaparecía a lo lejos, cuando Clemente dejo la calle, rato después se encontraba en la terraza de una casa protegida con rejas en puertas y ventanas. – Señor Arnulfo – Hablo a través de la ventana a un hombre sentado tras un escritorio - ¿Me permite proponerle un negocio? – Claro; habla – Respondió el hombre desde el interior, - Necesito un préstamo dando como garantía mi casa. – Esa casa esta muy comprometida. No puedo. Clemente no tuvo otra alternativa que volver sobre sus pasos. Quizás cuantas cuadras camino y cuantas puertas toco ese día en “Verdora”, porque a las cuatro de la tarde, aun, se encontraba en las mismas: Deambulaba por la concurridas calles de los laureles.
- siempre le he pagado puntualmente el arriendo de la tierra – Le decía a un Moreno – Puedo responder por ese préstamo. Le entrego el primer contado y sus intereses, junto con lo del arriendo del lote. Las palabras de Clemente, sonaba adulantes; unas salían enredadas, como si se resistieran a salir. – para decir verdad, el lote ya lo tengo comprometido con Emilio. Le debo una plata a mi compra de “Millo”. – pero si no ha pasado nada para no seguir yo, sembrando esa tierra. Es la misma plata – Protestaba Clemente. – No me lo pude negar a mi compadre. De todas maneras, ya te has servido bastante de esa tierra. Los demás también tienen derecho Termino diciendo y se alejo. Clemente siguió su camino, pero esta vez, buscando su casa. Sentía un hambre terrible; había salido antes del desayuno. Vivía junto a su mujer y los dos últimos hijos que le restaban por levantar. Era una casa amplia de terraza, muy bien construida; fruto de los tiempos mejores. El moreno observo a la mayoría de los vecinos, desde las puertas y junto con esta, sus ojos se abrieron con asombro: La casa estaba completamente vacía, Su mujer lo había abandonado. Por el momento solo pensaba en el hambre que traía, pero en la cocina, no habían dejado ni para una taza de café. En su bolsillos no se encontraba una moneda de a peso. Esto, daba vueltas en la mente del Negro un rato después cuando acostado en el piso, boca arriba y con las manos bajo la cabeza, buscaba una salida. De pronto, recordó la oración del Demonio que en una ocasión le había regalado su abuelo. De un salto fue al rincón, donde la caja con sus cosas, era el único objeto en ese cuarto. Busco con afán y extrajo un sobre completamente lacrado, con la siguiente leyenda: ”abrir a oscuras después de la siete la noche”. Ahora, no le importaría el hambre; esperaría la hora de entrevistarse con el Diablo. Podrían ser las siete, porque el interior de la casa, hora después, estaba en tinieblas. Clemente confundido en la oscuridad, prendió el pedazo de vela al que había echado mano desde temprano, lo pego al piso y abrió el sobre lacrado. Apoyado sobre sus rodillas, expulso a la parpadeante luz, la negra escritura. El silbido del calurosos torbellino que apago la vela, se junto al crujir de techos y paredes, y a un indescriptible mugido. Simultáneamente, el Nauseabundo hedor a estiércol humano, invadía la casa. En medio del infernal ruido, resonantes pisadas parecían acercarse al tenebroso cuarto, al tiempo de escucharse el estrépito del agua al bajar desde el deposito del inodoro. Clemente aterrado, busco afanosamente la puerta del cuarto, pero quedo petrificado, frente a la resplandeciente figura rojiza que casi llenaba el marco de la puerta. – Ni correr, puedes, negro – advirtió ásperamente el recién llegado de ojos encendidos. Clemente sintió sus pies pegados al piso. La lengua con gomosa pesadez balbuceo algo antes de decir: - Me llamo Clemente Martínez… Quería un trato con usted. – No hago tratos con gente como tu – Dijo el colorado dejando entrever unos dientes que brillaban sobre la oscuridad. Lo mas demoniado, en cuanto acechanza se refiere, para Clemente, era las dos brasas que lo asediaban con esa mirada infernal. En esos ojos se resumían todas las malas intenciones del Universo. La eterna sede desprender espíritu de cuerpos para avasallarlos en el infierno, estaba descrita en la luz de esos dos tizones. - ¿Por qué cargas conmigo? – Logro “desembuchar” Clemente. – Tenias que tener ese ridículo nombre hediondo a iglesia. No has hecho nada. Mira tu vida: Una “papaya” permanente, puesta a todo mundo. Clemente sintió que Satanás se disponía a partir y se apresuro a decir: - Un tipo quiere adueñarse de esta casa. – De acuerdo a tu filosofía no tendrías solución – respondió el Colorado deteniéndose – Si el Gordo Jacobo consigue la plata para esta noche, esta casa va a ser suya. Se lo merece mi “Gordito lindo”. Esta trabajando “bien” ese muchacho. ¿como puedo evitarlo, príncipe del Averno. – escucha: No acostumbro a diagnosticar gratis. – Pero que pides a cambio? – Pregunto Clemente algo afianzado. – No me interesa tu alma. Seria un mal negocio para mi – Termino de decir en el instante que rozaba con su enrojecido dedo, la oreja del hombre, propinándole tremendo quemon. Este, estremecido por el dolor, vertiginosamente se llevo la mano a la parte quemada.
Cuando Clemente reacciono, ya el resplandor rojizo envuelto en el torbellino avanzaba por la sala – comedor en dirección del fondo. – Don “Sata”. Dame aunque sea una “empujadita”. – Gástate alguna “maldadita”. Recomendó la bestia deteniéndose. – Pero cual?. Oriéntame. – Esta bien – accedió la voz de trueno – Recurre a la gorda Mauricio. Ella se gano la lotería. Tal vez te preste, si le dejas los papeles de la casa. Esa misma noche Clemente visito a la Gorda Mauricio y, sin mucha dificultad obtuvo el dinero. – Pero no veo maldad en esto – pensaba Clemente con los bolsillos repletos de billetes, cuando caminaba en busca de Jerónimo, el hombre de vestido blanco. Algo diferente pensó el esposo de Mauricio cuando esta, lo puso al tanto del negocio: - ¿Te firmo algo, clemente Martínez?.- Pregunto el hombre mientras comía. – No; pero me dejo los papeles de la casa. – Entonces, nos jodio – Dijo el hombre desatendiendo su plato. - ¿Por qué dices eso?. – Porque esos papeles, no nos sirven para nada. En ellos aparece el, como dueño de esa casa. Clemente puede ir a la Notaria y sacar otros igualitos; otros y otros, si le da la puta gana – Explicaba el marido reventado de rabia – Así fue, como jodieron a Benito, si las cosas fueran así de fácil, yo, podría ir a la Notaria y hacerme a los papeles de las propiedades del mas rico de “Verdora”. – Mañana mismo, voy donde el Negro Clemente por mi plata – dijo la gorda llena de inconformidad.
Fin
Dedicatoria del autor: “A los agricultores Colombianos”
ANTONIO PARODI PARODI (q.e.p.d)
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